Alejandro Blazquez, Ainhoa Carmona
Hace alrededor de cuatro
millones de años aparecieron en África los primeros homínidos y con ellos, un
largo proceso evolutivo que dio lugar al desarrollo de la cultura.
Este proceso comienza con
el bipedismo, que permitió a nuestros antepasados liberar sus extremidades
superiores y así poder construir herramientas que mejoraron tanto sus
posibilidades de supervivencia como la cohesión del grupo, algo que no habría
sido posible sin el desarrollo paralelo del encéfalo. Así, a partir del
desarrollo de este órgano aparece una nueva dimensión humana: la cultura, que ha
dado lugar a un nuevo mundo paralelo al natural que, sin embargo, no deja de
estar relacionado con él.
La aparición de la
cultura supone una nueva posibilidad de adaptación al medio, que puede llegar a
ser más eficaz que la evolución biológica, la cual solamente se rige por
selección natural y por la mutación aleatoria. Las características de esta
nueva forma de adaptación son:
1.
La adaptación
cultural es dirigida. Al contrario que la biológica que depende del azar (por
mutaciones o recombinación genética), los cambios culturales aparecen de forma
intencionada como reacción a las circunstancias ambientales.
2.
En la
evolución cultural, al contrario de lo que ocurre con la biológica, el
individuo no se adapta al medio sino que, a través de la cultura, el medio se
adapta al individuo. De esta manera el progreso cultural no depende del azar de
las mutaciones genéticas (como en el progreso biológico).
3.
La herencia
cultural se transmite tanto a la descendencia como a individuos con los cuales
no mantenemos ningún lazo genético gracias al lenguaje, permitiendo así una
propagación más rápida y extensa, de tal
manera que la herencia cultural tiene un mayor marco de actuación que la
biológica que tan solo se transmite de padres a hijos.
4.
Como
consecuencia de la característica anterior, cabe destacar que la evolución
cultural integra también la transmisión de aquellos caracteres y costumbres que
se han ido adquiriendo a lo largo de la vida del individuo y no solo la de los
genes que habían sido heredados por sus padres y que estos transmitieron a sus
hijos como ocurre en la biológica.
En este sentido, cabe
mencionar la tesis de Richard Dawkins, quien introduce el concepto de ‘’memes’’,
por analogía de los genes. Dawkins entiende por ‘’meme’’ cualquier elemento
cultural susceptible de ser imitado, es
decir, capaz de propagarse entre los individuos y su sociedad. Según este autor,
los memes serían los genes de la evolución cultural.
Sin embargo los genes
aparecen de forma azarosa por mutaciones, mientras que los memes dependen de la
invención humana. Por otro lado, sabemos
que los genes se propagan mediante herencia biológica, pero ¿cómo se propagan
los memes? La respuesta está en el lenguaje
simbólico: a través de una conversación, de los libros, películas, medios de
comunicación, etc.
Por tanto, los memes son
exclusivos de la especie humana, que es la única poseedora de este tipo de
lenguaje y, consecuentemente, su perpetuación depende enteramente de nosotros,
de tal forma que, como diría Dawkins, no solo somos ‘’maquinas para la
supervivencia de los genes’’ sino también ‘’maquinas para la supervivencia de
los memes’’.
Lo que quiere decir con
esto es que los verdaderos protagonistas de la evolución biológica no son los
individuos, sino los genes que estos portan, de manera que somos tan sólo una
herramienta que permite que los genes pervivan. Por analogía, ocurriría lo
mismo con la evolución cultural y los
memes.
En resumen, la cultura
supone una nueva forma de adaptación que nos permite adaptar el medio a
nuestras necesidades, de manera que nuestra supervivencia ya no depende
únicamente del azar y de la selección natural, aunque esto no significa que la
evolución cultural haya acabado con la biológica.
La cultura ha permitido
que la población humana haya aumentado exponencialmente. De este modo, al haber
más individuos también aparece una mayor diversidad biológica, y como consecuencia
un mayor número de mutaciones genéticas que permiten el progreso evolutivo. Por
tanto, lejos de frenar la evolución por selección natural, la cultura permite
acelerarla de forma indirecta.
Pero la cultura supone
también la aparición del diseño inteligente. Esto significa que los humanos
tenemos la capacidad influir directamente sobre la evolución biológica.
La cultura nos permite
hacer que la vida haga lo que nosotros queremos que haga. Desde hace muchos
años los seres humanos hemos estado modificando plantas y animales a través de
la crianza y la agricultura seleccionando aquellos individuos que contenían las
características que nos eran más favorables.
Antes lo que vivía y
moría en este planeta dependía de dos principios: la selección natural y la
mutación aleatoria, pero ahora hemos creado la selección no natural y la
mutación no aleatoria y por tanto un sistema evolutivo completamente paralelo
al natural. Por ejemplo, antiguamente comenzamos a criar lobos que dieron lugar
a los perros actuales, lo cual es una evidencia de la selección no natural.
Actualmente también
tenemos el control sobre las mutaciones, somos capaces de programar la vida. Un
ejemplo de ello sería el caso de Emma Ott, la primera niña con tres padres. Su
madre tenía una enfermedad mitocondrial letal que ella podía heredar. Gracias a
la ingeniería genética pudieron evitarlo introduciendo en ella los genes de una
tercera persona.
Por tanto la ingeniería
genética nos da un control total sobre la vida, es decir, somos capaces de
dirigir la evolución.
Como conclusión, cabe
incidir en que todo esto conlleva una responsabilidad porque las mutaciones dejan de ser
aleatorias, somos nosotros quienes las diseñamos y por tanto somos los
responsables de lo que estas produzcan. Por otro lado, debemos dejar que la
evolución natural actúe, no debemos involucrarnos en cada decisión evolutiva
del planeta.
AYALA. Francisco José y CELA CONCE, Camilo José. La piedra que se volvió palabra. ALIANZA EDITORIAL, Madrid 2006. ISBN 9788420647838
MARTÍNEZ.I, ARSUAGA. J.L,
Amalur, del átomo a la mente. TEMAS
DE HOY, EDITORIAL. Madrid 2002. ISBN 9788484605393
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